Biochipping

En noviembre, un reporte de Marketsand Markets Research en la India estimó que el mercado global de biochips podría valer cerca de US$17,750 millones en 2020.

Biohax es una startup, la compañía de Jowan Österlund se encuentra en Suecia, ha implantado chips en más de 4,000 personas en Suecia y otras más en toda Europa. Si bien muchos proyectos de biochips están enfocados en usos para la salud, como ritmo cardíaco y monitoreo de azúcar en la sangre, Österlund hasta el momento se ha posicionado entre personas que no tienen padecimientos médicos. Las aplicaciones van desde hacer compras hasta abrir cerrojos o atravesar barreras de seguridad, todo lo que ya estamos haciendo hoy con chips en tarjetas plásticas. Aunque los chips son inertes y, por ello, teóricamente inofensivos, para muchas personas la sola idea de tener un dispositivo permanentemente conectado dentro de ellos evoca nociones de perder el control sobre una esfera en la que aún pueden ser verdaderamente ellos mismos: su cuerpo.

Pese a la excentricidad de ciencia ficción que representa, hay una inevitabilidad alrededor del biochipping, no por otra razón sino por la mera conveniencia que promete. La cartera en la bolsa que cargo sobre el hombro está atascada con piezas de plástico que me reconocen como miembro de un gimnasio, periodista y cliente de dos bancos y de una compañía de tarjetas de crédito, todas con contraseñas que olvido en ocasiones. También hay tarjetas que dan detalles sobre mi seguro médico, en qué aerolíneas vuelo, dónde compro mis alimentos y dónde me corto el pelo. Luego está mi montón de llaves, herramientas primitivas que han abierto puertas, baúles y casilleros por miles de años, y a las cuales por alguna razón permanecemos estrechamente vinculados.

Para los biohackers, estos hábitos anticuados no tienen sentido. “Solía perder mis llaves todo el tiempo. Ahora abro la puerta de mi casa con la mano”, cuenta Aric Dromi, un futurólogo de origen sueco-israelí que tiene un chip de Biohax implantado en su mano, y quien es parte del consejo administrativo de Hack for Sweden, una organización del gobierno sueco que busca incorporar big data en todos los servicios públicos del país.

Tomando café en Gotemburgo, Dromi – el futurólogo – me comenta que está convencido de que millones de individuos eventualmente tendrán microchips en sus cuerpos – tal vez en el corto plazo – simplemente porque hace sentido, por lo menos para tener almacenadas sus contraseñas y para hacer menos redundantes a las llaves. Además, según él, es más seguro que los objetos que actualmente estamos trayendo en nuestras carteras y bolsas. Protesto, comentándole que un dispositivo electrónico abre el edificio del departamento que tengo en París. “¿ Ah, sí ? Veámoslo”, me responde. Cuando lo saco de mi bolsa, Dromi lo pasa a través del lector de comunicación de campo cercano (NFC, por sus siglas en inglés) que trae en su teléfono inteligente y después sostiene la pantalla para mostrar el hilo de datos que abre las dos puertas de mi edificio, a más de 1,500 kilómetros de distancia. “Puedo clonar esto en cinco minutos”, afirma.

Los biochips son mucho más seguros en algunos casos. Para abrir la casa de Dromi que está cerca, por ejemplo, tendrías que físicamente llevarlo hasta allá, exigirle que te diga en qué parte de su cuerpo tiene el implante del chip, y finalmente mover su mano a través del lector de NFC montado en el marco de la puerta.

Éste está encapsulado en vidrio quirúrgico y tiene una minúscula antena y un circuito integrado que transmiten datos cuando se acercan a un lector electrónico. Hasta el momento, los chips de Biohax tienen sólo un kilobyte de memoria, pero ésta crecerá al mismo tiempo en que se expandan las posibilidades de lo que los chips puedan hacer.

La posibilidad del biochipping – y no sólo en libros y películas de ciencia ficción – ha estado presente durante años. Ya en 2004, la
Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (o FDA, por sus siglas en inglés), aprobó un chip implantable para la empresa Applied Digital Solutions en Delray Beach, Florida, que pretendía que la gente guardara su historial médico en un chip en la parte superior del brazo. El dispositivo podría salvar vidas: si te llevaban inconsciente a un hospital sin portar identificación alguna, los médicos podrían instantáneamente escanear tu tipo de sangre, historial médico, y estatus de donador de órganos. Sin embargo, tres años después de la aprobación de la FDA, la compañía declaró que había fracasado en encontrar mercado para sus chips. La empresa lo argumentó diciendo que los médicos estaban renuentes a discutir el dispositivos con sus pacientes, quienes se mantenían desconfiados sobre la invasión de privacidad.

Probablemente hay pocos lugares tan buenos como Suecia para tratar de romper con estos estereotipos. Ingenieros en este país, cuya población es un poco mayor a la de la ciudad de Nueva York, han inventado la primera aplicación para llamar por Internet, Skype; la plataforma de streaming de música más grande, Spotify; y una de las primeras compañías de teléfonos, Ericsson. Suecia también es casi cashless, con menos del 1% de sus compras realizadas con billetes o monedas. “Es cuestión cultural”, opina Österlund. “Tenemos una tasa más rápida de aceptación en Suecia, y probablemente hay un nivel más alto de confianza en nuestro gobierno que en muchos otros países. No tenemos miedo de que nos saquen provecho”, agrega.

Puede ser que el biochipping aún no se ha vuelto masivo porque algunos de sus adeptos surgido del universo de contracultura de
Salones de perforaciones y artistas de tatuajes no de laboratorios corporativos de ingeniería.

Fuente :  POR VIVIENNE WALT | Fortune edición Febrero 2019


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